«España está pidiendo un gran pacto». Hasta los comentaristas que se han hecho fuertes en el chiringuito coinciden en que estos tiempos de aritmética de pie quebrado son momentos de mix, de diálogo, de medianías absolutas.
De acuerdo.
España vota “no” a pensamientos únicos y gobiernos de mayorías. Pero, claro, España pide pactos políticos mientras hay mucha España media haciéndose la sorda.
Cuando pedimos un gran pacto pedimos pactitos previos que no podemos dar por superados, aunque lo consagre la Constitución: un pacto para vivir, para tener un techo, para cumplir nuestros derechos y también para exigir nuestros deberes sin encontrar siempre a un operador que se hace el tonto al otro lado de las administraciones.
Las urnas piden pacto político, y también pacto social de no agresión. Un pacto para A y para B. Para C y para D. Un pacto en el que ser libres de hecho no sea, en el fondo, una utopía democrática.
Pactos para hablar como se quiera en el idioma de la educación. Pactos para que cada padre elija un colegio. Pactos para pagar con justicia. Pactos para pagar a tiempo. Pactos para que pague el pato el que hace el oso.
Un pacto por el que unos van a misa y otros no. Y ninguno repica por encima del hombro. Pactos para defender mis colores sin profanar los tuyos. Pactos para que la clase media no sea la más pardilla. Pactos para mirar a los pobres a la cara y llamarles por su nombre.
Pactos que avalen que “hablando se entiende la gente” es más social que el “que cada palo aguante su vela”.
Pactos para recoger todas las cacas de los perros y para que a unos le gusten los toros y a otros les horripilen hasta los tuétanos de su sensibilidad.
Pactos para cruzar en verde, para cuidar el medioambiente, para escucharnos antes de tener la última palabra. Pactos para que el vecino no nos dé la noche y pactos para que un niño corriendo en el piso de arriba no sea un delito innegociable.
Pactos para no gritar en el bar y dejarme seguir una conversación. Pactos para ondear la bandera que me salga del pacto. Pactos para limpiar el váter público antes de huir sin vergüenza. Y para cuidar el libro público. Y mimar la sanidad pública.
Pactos para vestir, para comer sin dar fe a cada bocado, y para usar desodorante antes de subirme al metro. Pactos para poner a lo pokemons en su sitio. Pactos para no subir al bus con la música en vivo. Pactos para conducir sin exasperar, para pitar lo justo, para morderse la lengua cuando la impaciencia cabalga como un diablo sobre ruedas. Pactos para llegar a un acuerdo sobre los grados del aire acondicionado antes de que se desate una guerra civil.
Dejar de vivir como solterones sociales. Eso nos hemos dicho en las urnas. Dos veces. De momento.
(Artículo publicado en la Revista Palabra, septiembre de 2016)