Sin embargos

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Me dices que no eres el mejor. Perdóname que te diga: hablas como si te lo creyeras.

Si quieres te recuerdo tus comentarios después de unas elecciones. De lo cortos que hay que ser para votar al que prefiere la mayoría. Y esas cosas.

Dices que tú no eres el mejor. Y sin embargo discrepas con hacha del que no piensa como tú, y frunces el ceño buscando salidas hirientes cuando alguien te contradice con argumentos.

Dices que no eres el mejor, «hombre, faltaría más», que hay mucha gente buena en el mundo. Y sin embargo, rajas de los ecologistas, de los que participan en las redes sociales, de los que se arremangan, «porque sólo buscan protagonismo», de los jóvenes activistas que repelen el sofá, de los que escriben, porque escriben; de los actores, porque actúan; de los que innovan, porque no tienen los pies en el suelo. Y de los que disfrutan cogiendo setas.

Dices que no eres el mejor y, sin embargo, todos tenemos tus etiquetas: El rojo. La facha. El corto. La trepa. El populista. La intelectualoide. El perroflauta. La pija. El progre. La caspa.

Dices que crees en la libertad y estás dispuesto a defenderla con tus dientes. Y, sin embargo, propones que el sufragio universal se revise, «porque hay tontos que no pueden tener el mismo derecho al voto que tengo yo».

Haces monumentos verbales a la libertad, pero entierras con vida al que tiene otros principios morales o una ideología en las antípodas. Mucha freedom guiando al pueblo, y sin embargo hundes con tus comentarios a los que disienten de ti en conciencia. Y a las coletas, los bolsos de caballero, las melenas teñidas, los calcetines con mariposas. Y te ríes de Juan y María, que tienen un perro y, sin embargo, no quieren tener niños «los muy egoístas, qué asco».

Dices que la confianza es clave. Y, sin embargo, desconfías hasta del pobre de la esquina, «porque seguro que simula el hambre, el frío, y el dolor de la indiferencia». Confías mucho, y exiges que confíen en ti, y, sin embargo, ves conspiraciones en cada frame de Walt Disney.

Respetas y reclamas un respeto. Y, sin embargo, te ríes de casi todo lo que se sale de tu mundo de hormigón. Y regalas a tus anchas el calificativo más letal: «Hipócritas».

Eres liberal, pero encierras a los que viven de otra forma. Eres demócrata, pero tachas a más del 51 por ciento. Eres tolerante, y, sin embargo tu universo está lleno de frikis.

Me dices que estás abierto, y yo te veo cerrado al vacío. Ni los de otro equipo. Ni los de otra parroquia. Ni los de otras sensibilidades. Tus verdades por encima de las personas. Tu punto y final es siempre «este tío no se entera».

Sin embargo… Efectivamente: sin embargos… a la totalidad…

¿Entiendes ahora porque muchos recelan de ti?

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Columna de opinión publicada en la revista Palabra (diciembre 2016)

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