Foto: Curro G. Feliu
Llegó tarde, pero sin ira. Iba para comedia, porque “soy de Málaga, y soy muy gracioso”, pero las decenas de directores de primera que le quisieron en sus pelis acabaron perfilando en sus ojos al actor duro, silente. Entre poli bueno y poli malo. Entre topo y secreta. Entre Azuloscurocasinegro y Que Dios nos perdone. El hijo predilecto de Goya en los últimos diez años se prepara para los estrenos de El reino y Memorias del calabozo. Quiere rodar en inglés. Quiere hacer un musical de Mocedades. No quiere etiquetarse como el hombre que mataba fijamente con la mirada. Disfruta y agradece su trabajo. Es el actor de las gentes de barrio, de la pancarta clara cuando hace falta, y de las verdades como puños en un mundo de sedas rojas y guantes blancos. Es nuestro Eastwood, aunque a veces le confundan con Chuck Norris. La cara del thriller. El periodista-actor. El padre coraje. El malaguista. La balada alegre de trompeta. Un truhan del cine. Un señor fuera de plano. Uno de los nuestros.
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