Fotografía: Patricio Sánchez-Jáuregui
Un señor. Actor en su jornada laboral. Marido, padre, amigo, vecino y ciudadano en sus ratos libres. Su nombre de pila por encima del artístico. Estaba listo para hacer de Heisenberg y ponerle los cuernos de la decencia al mismísimo Hitler, pero este virus que nos tiene en cuarentena ha confinado ‘Copenhague’ en un Madrid más Dinamarca que primavera. Cuatro décadas y pico ante el público en escenarios, películas y televisores. Su kit de actor incluye humildad, paciencia y multidisciplinariedad. Ni megáfonos ni likes en su camerino. Ocho premios profesionales de sus propios compañeros por ser, estar y parecer sin secuelas de divismos. Y eso que ha sido Felipe II, el capitán Von Trapp, y el presidente del Gobierno. Combina lo clásico, lo contemporáneo, lo musical y lo minimalista rejuveneciendo con cada obra. Un habitual en las propuestas de Garci, Miró, Saura, Docampo, Narros, Plaza… Ni comodín, ni joker. Un as de corazones en las mesas donde se reparten los papeles que no se han mojado de cinismo.
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