Segregradores Anónimos

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– ¡Bienvenidos a Segregadores Anónimos! Juan, cuéntenos su historia. Desnude sus traumas en esta percha. Estamos en confianza.

– Muchas gracias.

– Hola. Me llamo Juan y he estudiado en un colegio de educación diferenciada. Lo siento.
Somos siete hermanos y todos hemos heredado ropa de generación en generación y  hemos comido empanadillas congeladas. La Coca-Cola era símbolo de fiestas. El pan duro de hoy era el pan rallado de mañana. Y en nuestros cumpleaños había globos, palomitas de maíz y patatas de las que se hinchan milagrosamente en la freidora crujiendo con emoción. Nunca fuimos de happy meal.

Tres hermanas. Tres hermanos. Encargos. Friegaplatos. Escobas. Imaginación. Cinturones apretados. Una casa modesta, pero muy cómoda y muy casa. Bien puesta. Sudada con la ilusión de dos frentes.

Siete colegios públicos hubieran aflojado el nudo de la corbata. Pero mis padres decidieron complicarse la vida porque les daba la gana.

Yo iba a un colegio sólo de chicos. Todos uniformados. Con corbata.

Mis hermanas iban a un colegio sólo de chicas. Todas uniformadas. Con faldas de cuadros. Iban al colegio vecino, al que guiñábamos el ojo cuando hacíamos campo a través.

Ningún recuerdo de aquel colegio es de diván, de pastilla, de terapia grupal. De verdad.
Diría más, y ustedes perdonarán mi osadía. Recuerdo con mucho cariño aquellos años estupendos. No sentí que me estuvieran convirtiendo en un maltratador de mujeres encubierto, ni en marciano, ni en un segregador compulsivo, ni una tensión sexual no resuelta, ni en un martillo de herejes, ni un generador de fobias, ni en una provocación.

Nunca jamás en la vida, lo prometo por el régimen, me sentí un niño entrenado para ser antisocial, machista, clasista, católico radical, intolerante, violador, pepero a ciegas, engominado mental…

Se ríen ustedes por lo bajini. Lo entiendo. Pero aquí, en confianza, sin señoritas Rottenmeier que vigilen con webcam el pensamiento único, me siento como libre…
En el colegio aprendí cosas, y en casa las mamé todas. En los dos sitios aprendí a respetar a las personas. Estaba en el ambiente.

Mi trauma, digamos, es más bien un cabreo controlado. Les open my heart. La Junta de Andalucía está empeñada en convertirme en presunto o futuro maltratador de mujeres, hombres, o viceversa. En bomba-lapa de conciencias. En un peligro. En culpable. Y otras Juntas que no son de Andalucía, porque es nueva política convertir en segregadores sociales a los que creen que otros modelos educativos son mejores. Y los pagan.

A mí me ofende esa inquina. Porque es una mentira de diseño así de grande: como el Palacio de San Telmo.

Segregadores de bilis: pueden dejar de señalarme con el puntero láser.

Venga. Gracias.

(Artículo de opinión publicado en la Revista Palabra. Febrero, 2016)

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