Será que haber nacido en la España de Felipe González te vacuna contra el escándalo. Abril vino con lluvia de papeles, de corruptos, de avariciosos sin fronteras, de falsos como Judas-de-goma, de Evacuol moral en gotas que colman el vaso. Sin embargo, de todos esos titulares groseros que te pillan en plena campaña de la Declaración de la Renta, a mí, el que más me ha noqueado ha sido este: «Más de cuatro millones y medio de españoles viven solos». Lo dice la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística.
Sí. Que la gente manga, que el político truchea y que se desparraman los sacos de la codicia son cuestiones que ya estaban en el proyecto de decoración ambiental del Arca de Noé. Pero estar solos es un naufragio muy gordo…
Al ritmo que crecen en Silicon Valley los genios de las redes sociales, la mancha muda de la soledad conquista casa a casa este Monopoly de calles separadas por muros-de-Berlín que son, también, muros-de-lamentaciones. Aunque los muros-de-Facebook estén llenos de emoticonos.
Solos. Así de triste. Sin nadie que te llame, pero saturados de mensajes de grupos de whatsapp. Con cientos de seguidores, pero distanciado de tus hermanos, tus primos, tus padres, tus tíos, tus vecinos, tu compañeros de clase, tus amigos de facultad, tus compañeros de trabajo. Con decenas de likes por segundo a las fotos de tus pies posando en la playa, pero más solo que Donald Trump en las fiestas del Día del Inmigrante. Pobre señor.
4.584.200 personas solas. Una detrás de la otra. Imagíneselas así, como piezas de dominó en pie a punto de caer en serie. En serio.
Tengo solos por salud mental y solos por rechazo general, que están de oferta. Solos por edad. Solos por conquista personal después de ser más raros que un perro verde y de cosechar el ostracismo con el sudor de su carácter insoportable. Me los quitan de las manos, señora. Tengo solos y solas que son viudos, pero también me llegan de almacén solos nuevos conectados al ordenador y solos con móvil deambulando como zombis. Y sí, caballero, también hay personas que viven físicamente solas, pero muy acompañadas, pero no estoy hablando de ellos, porque estos duermen sin pastilla y no lloran cuando se apaga la luz.
Solos. Solas. Sin tilde. Vértigo. Solitos-en-el-mundo.
Solos con perro y solos sin perro. Solos crónicos que me llenan de dolores inventados los servicios de Urgencias…
El individualismo era esto. Enchufarse a la Play, a las cosas verduleras de la tele vespertina, a los chats con desconocidos. El individualismo era podar el árbol genealógico, apostar casi en exclusiva por la amistad digital y acabar buscando gente en internet para ir juntos a coger tagarninas al campo. De chiste. De El Roto.