Yo no la he visto nunca. Pero sí me he leído la Constitución. Artículo 16. Y sé también que la libertad de culto es un derecho fundamental. Y ya sólo con eso, no me atrevería a convertir la misa de La 2 en una batalla de tuits para ver quién repica más gordas las mentiras de la posverdad.
Pablo Iglesias quiere guerra. Cada varias semanas se lo pide el cuerpo, porque Podemos es más un partido anti que una alternativa política. Al final es eso lo que ha roto la unidad y ha separado a Iglesias de Errejón. Porque lo que la amistad de la conversación une lo separa el radicalismo ideológico que no escucha.
Esta semana, su cruzada es contra la misa de la tele, un reclamo poco épico, pero más fácil que ser coherente y contribuir a erradicar de nuestras pantallas públicas todo el baboso machismo instrumental. Por ejemplo.
Any way. Unidos Podemos dice: “Defendemos la libertad religiosa, pero en un país aconfesional, y laico, según las sentencias del Tribunal Constitucional, quizás la televisión pública no sea el espacio más sensato para que se lleven a cabo ritos religiosos de cualquier tipo”. Es verdad que España es un país aconfesional, en el que, por otra parte, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas de febrero de 2016, un 70,2% de la población se considera católica. Y si tenemos en cuenta la primera acepción de “laico” en el RAE (que no tiene órdenes clericales), es evidente que esta patria suya y esta patria nuestra no tienen tonsura. Sin embargo, los de Iglesias confunden aconfesionalidad y laicismo, que son dos situaciones estratégicas muy distantes. Y pienso que esa confusión es intencionada, porque si fuera ingenua sería peor.
La aconfesionalidad es lógica en cualquier país que considere que religión y Estado deben estar separados, por la salud de ambas partes, y por respeto a las minorías. El laicismo, sin embargo, es un ariete contra la libertad religiosa, en este caso, de una mayoría sociológica.
En cualquier caso, la libertad de culto la defienden las declaraciones de derechos humanos, y esa sabiduría dialogada por los siglos no se combate incensando los ingredientes del populismo para elevar a los altares una propuesta reduccionista e impropia de quien pretende ser un revolucionario de las libertades personales.
TVE tiene muchos frentes para hincar el diente. Pero Iglesias sabe que si toca el alma española encona los extremos y calienta ese quince-eme de pancartas y culos pegados en la acera de la Puerta del Sol, donde la queja se convierte en reivindicación, pero siguen siendo gritos estériles poco eficaces.
Me gusta que Pablo Iglesias plantee batallas sociales en un mundo político lleno de aburguesados acostumbrados al siempre-se-hizo-así, no-nos-compliquemos-la-vida y vayamos-a-lo-mínimo-y-cobremos-nuestra-nómina. Porque en España hay muchas cosas que cambiar, y muchas cosas que agradecer. También es un derecho fundamental un techo digno, y ahí Podemos ha sido más práctico y más auténtico.
Hay un pero gordo que los morados no quieren o no saben tener en cuenta: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”. Constitución Española. Título 1.
Tengo seis preguntas para usted:
¿Pretende Iglesias abolir en España la libertad de culto? No creo.
¿Es culto hacer política sin saberse de memoria la Constitución y su espíritu? No.
¿Es la quema pública de la misa de la tele una campaña de culto para relanzar al Iglesias menos combativo y más asentado en las instituciones desde que consiguió un escaño? Se baraja.
¿Es la misa la penitencia contra una TVE que no le da a Podemos lo que le ofrecen las urnas? Why not?
¿Es una batalla con mensaje para elevar las críticas del comité de empresa de la cadena pública al debate del asfalto? Eso es demagogia.
¿Es un piñón? Si insiste, es posible.
Que lo explique Pablo Iglesias. El próximo domingo. En directo. Tras El día del Señor.