Suena el despertador.
Suena el despertador.
Suena el despertador.
¡Mierda! ¡Llegamos tarde! Enciende la luz. Sal de la cama. Abre la persiana. Coge la toalla. Despierta a los niños. Enciende la cafetera. Enchufa el termo. Entra en la ducha. Grita socorro. Órdenes inconexas. Palabras sincopadas. Ducha con taquicardias mañaneras. ¡Juan, tuesta el pan! ¡Niños, venga! ¡Haced la cama! Una voz intensamente activa implora temprano tras la cortina de plástico en el baño de una casa. Cae el agua con histeria.
Secarse con espasmos. Ropa sucia encestada con puntería. Huele a pan tostado y aquí el ambiente es de Solo en casa antes de volar sin Kevin.
Café cargado. Niño en toalla buscando calcetines limpios. Niña al baño María intolerante al estrés enciende la tele. Restos de galletas se sumergen entre los pliegues del sofá. Estampados como lelos, Julen y Mati contemplan los dibujos de La 1.
¡Niños, venga! Julen, cámbiate de zapatos. Mati, coge, cariño, el bolso de lule de flores de playa. Récord mundial de relevos de palabras por segundo. ¡¡¡¡Juan!!!!!
Silencio.
Ataque de hipertensión sobre el pomo del baño.
¡Juan, no te hagas el sordo!
Juan, el amor de su vida, posa entre burbujas del champú de marca blanca. El tsunami alborotado de una casa con prisas no le concierne. Él casi flota pacífico, in albis, porque está muerto. Y entonces se pararon los relojes.
Amanecer con drama ordinario en el segundo izquierda del número 67 de Menéndez Pincel… Era el último día de su verano…
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Relato para el concurso #AmoresdeVerano de Zenda