El ‘bé, adéu’ de Rajoy

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Que conste: prefiero un presidente prudente a un presidente bravo de Osborne que cornee con sus atributos cualquier atisbo de problema como un pirómano parlamentario. Entre otras cosas, porque los ciudadanos estamos ya hasta el moño de pagar el sueldo de gente que después se dedica profesionalmente a generar tensión, estirar la división, fomentar la incertidumbre, aplaudir la violencia ideológica y foguear el ambiente hasta que pasa lo que pasa.
Me huelo una decisión trascendental en estos días. En Moncloa. Me huelo –no sé, una intuición, algún comentario, varios gestos- que el 1 de octubre, día de santa Teresita, Mariano Rajoy decidió que nunca jamás volvería a pasar hambre en una campaña electoral. Que ya no será reelegido candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas generales. Que aquí se acaba su Wikipedia.
Mariano Rajoy, me huelo, ha dicho basta. Estoy mayor para los nuevos desafíos. Ya no disfruto. Soy de otra generación incluso dentro de mi equipo. Voy a medir mucho las decisiones de estos días, con calma chicha de opositor más que de político, atemperando la vehemencia que me reclaman por aquí y por allá. Me iré. Pero me iré con una señera en el pecho a una gestión de orfebrería de este 23-F de escala 8, pero de mediocridad 10.
Rajoy hace las maletas sin prisas. Ve que entre sus votantes, los más conservadores le piden contundencia. Y los jóvenes ya no son tan conservadores. Lo he visto con mis propios ojos. Comida de promoción después de 20 años de dejar el cole. Todos EGB. Sevilla. Mis amigos del PP-de-toda-la-vida ya no votaron a Rajoy en las últimas elecciones. Metieron a Rivera en sus urnas. Y no están descontentos.
Rajoy está entre dos aguas. Por un lado, su temperamento secundario, inactivo y frío. Por otra parte, el temperamento primario, activo y emotivo de muchos de sus fieles devotos habituales en cada cita electoral. Por un lado, su cansancio a bregar con problemas ajenos cuando todo estaba listo para avanzar; por otro, sus votantes que le piden que caiga un rayo del cielo y mediatrice en dos a los que quieren partir el país. Por un lado, él y su ritmo. Él y su frialdad con los medios de comunicación. Él y sus tiempos. Al otro, la hartura de su equipo de gobierno, de su partido, de sus barones-en-extinción a pie de pista. Por un lado, él y sus paseos contemplativos. Por otro, dos de sus hombres haciéndole la cama por la espalda.
No sé. Es posible.
Es posible que el primer golpe que haya pegado Rajoy sobre la mesa haya sido este. El de su punto de inflexión.

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