Foto: Álvaro García Fuentes
Llevar la batuta de una casa en la que conviven Picasso, Dalí, Miró, Berlanga, Luis Buñuel y paisanos con ojos como platos debe ser interesante, intenso, impagable. Digo yo. Conseguir que aquello no acabe siendo la choza de una Bernarda Alba pop art es un logro que porta en su pechera Manuel Borja-Villel, un académico divulgativo esteta, acostumbrado a convertirse en interlocutor de andar por casa, ofrecerte su correo, re-explicar lo que haga falta.
Es miércoles, y hace más frío que en la sala del Guernica. Usted está aquí: en la quinta planta de la sección de oficinas del Museo Reina Sofía. En las antípodas de este edificio está la puerta al arte de nuestro tiempo. Allí, decenas de niños hacen cola con sus profes y sus seños. Unos con uniformes. Otros de excursión. Hay vida entre estas paredes gruesas donde al arte contemporáneo irradia con fuerza.
El director del Museo es don Manuel, pero su gente le llama Manolo. Ni Escobar, ni el del bombo. Manolo, el jefe desde hace diez años y de la casa casi de toda la vida.
Un café de máquina. Un vaso de agua. En su despacho, mientras entra el poco sol de febrero por estas cristaleras que no le separan del mundo, desenfundamos la paleta de preguntas. ¿Un Kandinsky? ¿Un Rothko? ¿Un Juan Gris? ¿Un Pistolleto de esos de zafarrancho de orden y limpieza?
Entrevistamos al colgador de lienzos del pasado reciente, el presente continuo y el futuro incondicional sobre las paredes de España. Un cazatalentos de brocha fina.
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