Cifuentes ha dicho basta.
Muchos periodistas lo saben todo. Yo, no. No sé si sí, o si no. Lo del máster ha sido una montaña rusa de errores de comunicación. Lo de las cremas ha sido tan chusco que yo, esta mañana, he amanecido con sueño, y con vergüenza.
Le he estado dando vueltas al tema removiendo el café.
Ya no dimitimos por escándalos, sino por vergüenza. Ya no nos vamos en conciencia, nos borramos por el asco de tener que tragar tanta hez cultivada con mimo en la propia casa política. Ya no dimitimos porque no somos capaces. Dimitimos por hartura antes de que el aspersor de la mierda personalizada enfangue lo que queda de nuestra publicitada indignidad.
Me imagino la escena en casa Cifuentes. Mientras yo muevo el café, ella no puede dejar de pensar en quién, por qué, cómo, cuándo y esas uvesdobles que antes buscábamos los periodistas, cuando no teníamos la incontinencia del click.
Muchos periodistas que lo saben todo pusieron la horca junto a sus titulares desde el minuto cero. Al otro lado, Cristina quiso ser mártir de la posverdad juguteando con la posverdad y tonteó con el fuego de una opinión pública hecha para el meme.
Transigimos más con la corrupción sin fronteras, los políticos ineptos que nos llevan a la quiebra, los enchufismos, la falta de preparación, las comisiones en negro, la ideologización enfermiza y totalizante, los cheques en blanco, los conflictos de intereses y la mediocridad parlamentaria nacional, regional y local.
Transigimos más con los políticos que nos roban, nos desunen y nos desprecian por la vía de los hechos.
No aceptamos, sin embargo, errores humanos. Pifias que nosotros mismos cometemos y que no siempre nos definen. Cosas por la que buscamos la compresión ajena, porque en el noventa por ciento de los casos estamos arrepentidos. Pero para eso no hay perdón. La opinión pública quiere sangre y fuego cuando tropezamos como tropieza usted cada día. Necesitamos que cuelguen del puente al que yerra. Bienaventurado el que hace la gracia más gorda o hiere con el puñal más sibilino, porque ellos heredarán un escondite para sus conciencias.
Dimitimos por cosmética. Ante tanta corrupción podrida de indiferencia social, todo vale, menos tú.
El paraíso de las mafias de la extorsión está aquí y tiene hambre. Al final, un partido político no deja de ser una comunidad de vecinos. De las de aquí no hay quien viva…
A mí, este rollo siciliano que se ve en el PP, y en la comunidad de vecinos, y en el metro me parece un Gran Hermano demoledor. Nada más cruel que sembrar bombas-lapas de desconfianza humana por las calles del país.