Foto: Álvaro García Fuentes
Darío Villanueva lleva diez años con la D mayúscula a sus espaldas en el hemiciclo de una lengua muy viva. Dardo. Dársena. Dato. Dialecto. Diligencia. Diplomacia. Discreto. Ni divo, ni duque, ni dique. Más dintel que dédalo institucional. Gallego de discurso sin curvas, pero con tacto. Declara su empeño en refundar una RAE para nativos digitales. Se declina por ahorrarle la deriva hacia la decrepitud arqueológica. Despeja políticos a córner en el país de las miembras. Con porte de escribano, con parsimonia y categoría, pone la lengua sobre las íes y cierra las dispuestas oportunistas sobre el idioma con el pegamento de 305 años de historia y el patrimonio de sus hispanohablantes. Aunque Trump le contraiga el diafragma y Carmen Calvo no discierna entre ocurrencia y censura, su vara y su cayado infunden aliento al español y a unos académicos lejos de las cruzadas y fieles a los principios. Los eufemismos en efervescencia, las posverdades y lo políticamente correcto piden vez en su despacho. Y no pasarán.
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