Foto: Álvaro García Fuentes
Voz, guitarra, teclado. Alma, corazón y vida. Más de 40 años haciendo bolos, con semipleno de derrumbes por el camino. 20 años después de la muerte de Enrique Urquijo, Los Secretos siguen en la tarima y tres generaciones de españoles tararean sus canciones como himnos populares de las casas, de las fiestas, de las ciudades, de los estadios. Maduros como músicos macizos. Humanos como personas curtidas por el dolor, las cuestas arriba y los caminos empedrados de callos de un sistema acostumbrado a gestionar cantantes de usar y tirar. Con la tralla serena en sus micros vuelven al ruedo con Mi paraíso, “una carta de restaurante temático de Los Secretos” donde suenan todas sus esencias y toda su paleta de melodías. Supervivientes. Agradecidos. Privilegiados sin privilegios de clase. El pueblo oyente les hizo grandes cuando no ser un éxito era un fracaso y cuando ser famoso era una droga demasiado fácil. Vieron venir La Movida, y la vieron fenecer por el retrovisor entre plumas, carcajadas y neón. Apostaron por la discreción, por la marca propia, por la alta fidelidad y por la onda media. Y de aquellas apuestas en un casino lleno de ruletas rusas, se llevaron el premio gordo de seguir hoy muy vivos, a pesar de los pesares.
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