Foto original: Julio Vergne
El Scorsese de Los Pajaritos llega a los rodajes americanos con patinete. Su silla de director es de rayas de playa y de aceras de barrio. Después de cinco años en un videoclub. Después de un tiempo amenizando las jornadas cantando en el metro. Victoria Abril le dio un empujón y se metió de cabeza en Hollywood. Casi dos décadas lleva escribiendo y grabando al filo de lo imposible. Adicto al reto salvaje. El sevillano rueda como churros aquí y allí, y a dónde el corazón le lleve. El sueño americano existe y tiene acento andaluz y fama de campechano, de buenagente, de quillo sin peinetas de oropeles insulsos. Después de unas cuantas series yanquis y de decirle a Spielberg que no, at the moment, acaba de parir con toda la ilusión del alma su criatura cinematográfica más madura: una película que es para ver en tablaos. Se llama Adiós y está en el punto medio entre su infancia y el ya-sa-hecho-un-hombre. Un Camarón contracorriente. Un taconeo de entusiasmo fílmico. El joven que se codea con extraterrestres al otro lado del charco ha venido a partirse la camisa con un quejío flamenco que más que un adiós es un qué-ganas-tenía-de-estar-en-casa, my friends.
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