Fotos: Álvaro García Fuentes
Dos décadas en la prensa española con la personalidad de vetar con celo cualquier contagio. Más Tom Wolfe que Bud Spencer. Le llamaban trinidad: reportero, columnista y padre. El pensamiento escrito por encima de la pirotecnia. A la madurez, el verbo se hizo esencia. Navegó el Mississippi con Pepe Navarro. Anson le hizo fuste de opinión. Pedro J. le quiso Chaves Nogales. Umbral le dio alas. Y Pérez Reverte le ha descubierto el cuento a los 48. Feliz de volver a El Mundo. Dos décadas entre los golpes bajos de un parlamento sin altura. Con soltura. Ironía man. En busca de la cadencia de las guitarras de AC/DC para escribir sus palabras. Libre, apasionado del periodismo, alérgico al mamoneo social de una profesión entre la redacción y el copetín. Claro y rotundo, pero no hosco. Ni poses, ni peloteo, ni portazos. Amigo de la sana confrontación interna. Enemigo de las cabeceras-prisión. Jacobino en newbalances. Su ego está en el ring. Su anillo es la familia. Ni academias, ni despachos con tirantes, ni premios, ni historias tangentes. Periodismo bien leído, bien pensando, bien escrito. Boxeador. Sexador de la autenticidad. Rock sobre roca. Gistau. Pico. Y pala. Por fuera y por dentro. Qué ojo tuvo Umbral detrás de aquellas gafas.
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Extracto de esta conversación larga que tuvimos en una esquina del Café Comercial el 22 de junio de 2019. Casi ocho meses antes de su punto final.