
Donostiarra de Intxaurrondo y vascoparlante con don de lenguas. Ni martillo de hereje, ni mártir. En euskal-tipografía tiene tatuado por dentro: “En Ti confío”. No es un pronto de tinta líquida. A los 17 años le firmó a Dios “un cheque en blanco”, y hasta ahora. Hijo sacerdotal de Setién, relevo de Uriarte, aire distinto en una diócesis compleja. 35 años con sotana. 15, con mitra. En 2006 fue el obispo más joven de España y hoy es el más transversal del país gracias a las redes sociales. Once años en San Sebastián y, de momento, a por el siguiente, a pesar de los rumores. Todavía se escuchan los ecos de aquellos cinco minutos de aplausos de su toma de posesión. Eran vítores de quienes vieron en Munilla el ambipur de fe sin estrabismos que necesitaba aquel terreno de juego lleno de cardos. Un anillo episcopal para guiarlos a todos. Fue niño tímido, pero le tocó dar la cara con el power de su cruz pectoral. Claro. Peleón sin sectarismos. Audaz, pero prudente. Evangélico y universal. Pico de oro y puente de plata. Pecho de cristal. Incienso y mirra. Un cura con txapela empática y mitra cercana. Fan de Chesterton y con sentido del humor. Dice que ser obispo es “la caña”: de pescar, de azúcar… y de las que dejan moratones en la piel y en el alma.
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