
Casa Manolo ha vuelto al ruedo después de un cierre de diecisiete meses por culpa de la pandemia. El centenario bar-cafetería-restaurante que ofrece churros y callos a los diputados nacionales desde 1929 ha reabierto sus puertas con todo el sabor de su historia, que es también el de la Transición. Todos los presidentes de la democracia han mordido sus croquetas. En sus mesas se ataron cabos de la Constitución y en su barra se han negociado acuerdos entre partidos. Alfonso y Alfredo Seijo llevan más de 50 años detrás del telón como “sordos profesionales” sirviendo a sus señorías. Son dos testigos privilegiados de la crónica parlamentaria de las últimas cinco décadas. Tras el 23-F, el consenso de 1978 o la época de feeling entre PSOE y PP, ahora ven que los políticos están más distantes y que hay más tensión. Palpan el radicalismo de los extremos, también en el bar, aunque mantienen que los políticos ganan mucho cuando se acercan a la gente. Sus croquetas han regresado a la vida política nacional, aunque, en realidad, son una parábola.
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