
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) escribe desde 1980 con arte, aprovechamiento, prestigio, éxito, constancia, conciencia, personalidad, compromiso, audacia, tinta perenne y novedad. En su arsenal bibliográfico conviven más de 80 libros de categorías diferentes donde reinan las novelas. Premio Nadal (El alquimista impaciente, 2000). Premio Planeta (La marca del meridiano, 2012). Premio habitual de un público transgeneracional que encumbra sus textos en las listas de los más leídos cada vez que sus obras recién nacidas asoman por las librerías.
En lo que va de 2022 ha publicado La forja de una rebelde, La mano de Esther y Nadie por delante. Y ya tiene claro por dónde irán sus líneas durante los próximos dos años. Horas. Cabeza. Inmersión. Sentido y sensibilidad. Jurisprudencia literaria. Conocimiento de causa. Sus míticos personajes Bevilacqua y Chamorro, consagrados en las primeras estanterías de la literatura española contemporánea, saldrán de ronda a finales de este mes en el volumen decimotercero de sus aventuras: La llama de Focea.
Estos días está entre Getafe e Illescas. Madrid y La Mancha. Hace solo unos días ha enviado su nueva novela a la cancha del editor, mientras rehace esencialmente su vida, porque su madre ha fallecido en los primeros compases de este verano y esa herida es un punto de inflexión universal. Mira al horizonte. Reflexivo. Estío y esperanza. Decidido a aprender a vivir el resto de su historia sin el ancla que le trajo al mundo sobre la tierra. De ella nacieron también su escritura y su forma de leer el mundo. De ella son también los premios y la trayectoria, la honestidad y la ilusión profesional de un escritor en la fragua ardiente, obrero, desde hace más de cuarenta septiembres, y esa inquietud espiritual que aletea habitualmente en sus palabras y en sus textos.
Lee nuestra conversación en Aceprensa.