La psoriasis nace, pero no te hace

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La psoriasis es una enfermedad crónica. Otros lo llaman putada. Pero vamos, que si uno ve los telediarios se da con un canto en los dientes. Da mucha paz saber que es un problema personal, no contagioso, que se cuida, y se alivia. Aunque la verdadera paz la encuentras cuando das con el médico que sabes que te ayudará a recorrer este camino de consultas, cremas, pinchazos, análisis, pasado, presente y futuro, con una sonrisa confiada. Al final, una enfermedad es un reto. Aunque muchas veces te entren ganas de enterrar la poesía. Y lo entiendo. Perfectamente.

La psoriasis se tiene. Herencia. Genes. Se tiene. El por qué es interesante para el futuro. Para el paciente lo mejor es asumir, y poner los medios para mejorar. El runrún del por qué a mí, por qué ahora, por qué, por qué, taladra la esperanza y empeora la enfermedad, porque la convierte en una patología psicosomática cada vez más aguda.

Un día amanecen cosas raras en tu piel. Son heridas, aunque los estudios científicos prefieren llamarlas “placas”. Rojas. Con escamas. Desagradables. Más para el interesado que para los demás. Porque los demás van muy rápido por la vida y no se fijan tanto en estas cosas…

Lo peor de esta enfermedad ha pasado para los pacientes del presente. Hace sólo unos años, la psoriasis era un agujero negro en la formación de los dermatólogos. Y de los médicos de Familia. Ahora que la prevalencia de la enfermedad ha crecido un 0,9% en España durante los últimos años y que los laboratorios farmacéuticos han encontrado aquí un filón sanitario y económico, las cosas han cambiado. Mejor para ustedes.

Aquellos años de deambular por las consultas públicas y privadas buscando un médico con extractos de Virgen de Fátima, y no encontrarlo. Aquellas cremas que invadían cualquier tipo de intimidad. Aquellos consejos primitivos de irse a las cabinas de rayos UVA y perder la vergüenza por el camino. Aquellos tratamientos enterrados por incompetencia. Aquella falta de confianza. Aquel ver que nadie controla, y que nadie te da seguridad. Hasta que llega el momento y uno encuentra al médico que Dios creó para que te cuidara tu psoriasis.

El médico es la mejor cura. Lo digo siempre. Lo dije en el titular de un artículo que publiqué en Diario Médico y que me sirvió para ganar el primer concurso periodístico organizado por Acción Psoriasis (http://www.tauli.cat/tauli/cat/professionals/ServeisNoAssistencials/CCC/Gabinet_Premsa/attach/Nota%20AP%20-Diario%20Medico%2023.09.2010.pdf). Tú médico. Tu confianza. Tu seguridad. Tu tratamiento. Tu responsabilidad. Y a partir de ahí, la psoriasis se esfuma de tu cabeza. Deja de ser el problema más grande, y se convierte en parte del atrezzo de una vida rica en alegrías y preocupaciones. La vida. El médico te ayuda a mirar hacia afuera, a dejar de mirarte (honestamente) el ombligo. Y eso es también un tratamiento eficaz contra la psoriasis.

Hay cosas que uno no tiene tiempo de contar en la consulta. La sala de espera está llena. Es día laboral. No quieres ser pesado. Ni con el médico, que tiene lo suyo, ni con el resto de pacientes. Al final, vas a lo básico. Revisión. Exploración. Dialogamos. Tratamiento. Prescripción de pruebas de control. ¿Algún efecto secundario? Pim pam pum. Cuando un enfermo crónico se conforma con no estar peor, con que no le digan que el pasi ha aumentado. Respirar. Seguir luchando. Sin dramas. Y a otra cosa.

Yo pienso en voz alta, y lo cuento, por si eso ayuda a la Medicina, porque, al final, tú eres un paciente, y un libro abierto, a la vez. No es que se pierda el pudor. Es que se entiende la ciencia.

Total. Que hay cosas que van por dentro, y que quizás estén bien que se cuenten, porque al menos nos pueden servir para levantar entre todos un grupo en Facebook que se titule “Yo también. No te creas especial, campeón/a”.

La psoriasis provoca a veces que te des asco. Hay muchas cosas que pensamos y que se nos pasen por la cabeza no es grave. Lo grave es que formen categoría vital coagulada. ¿Asco? Cuídese usted bien. Aséese convenientemente. Cero pasotismo. No hace falta ser metrosexual para saber que cuando el cuerpo está bien, el espíritu se viene arriba. Y tampoco hace falta volver a Platón para pensar que el cuerpo con psoriasis debe ser una cárcel del alma. No. Oiga usted. El cuerpo tiene sus baches. Se reparan. Y se vive.

La incomodidad de las cremas. Los pijamas engrasados. Las sábanas.

La incomodidad de tú en bañador o en ropa de deporte. Tú, en manga corta, y las preguntas. Y tus respuestas. Con pedagogía. Con transparencia. Y caso cerrado.

Molesta la calefacción a tope. Necesitas que te dé el aire. Sube la sangre. Chillán un poco las heridas cuando el clima está de inflexión, cuando llega el otoño, cuando arrecian las lluvias. ¿Y? Detrás de las nubes siempre sale el sol. Disfrute del otoño, y sus mesas de camilla, y sus castañitas asadas. Y si tiene chimenea, entonces usted no tiene ningún motivo lícito para quejarse en este mundo…

Se nota el alcohol, que parece un imán. Y no hablamos de consumo abusivo. Se notan las comidas pesadas, los alimentos especialmente grasos, los excesos. La OMS nos acabará poniendo a todos en la misma división…

Se notan los cambios de gel, la ropa ajustada, el vaquero del finde.

La psoriasis se nota si la persona no se esconde. Esa tentación. Aquí, en casa, con muchas cosas que hacer. Menos deporte. Menos vida social. Sin piscinas. Sin gimnasio. ¡Sin tonterías! ¿Miedo o vergüenza al qué dirán? Venga, caballero. Si ve usted la tele ya no tiene ninguna razón objetiva para avergonzarse por nada. Vamos.

La psoriasis, como otras enfermedades con reflejo en la fachada, supongo, invita a encerrarse en uno mismo. Física y mentalmente. Y ganar esa guerra es clave. Muy clave.

La enfermedad se mantiene a raya, pero tiene sus picos de artrosis, leves, o graves. Y sus pittings en uñas. El pelo se cae antes… y el mundo entero descubre el atractivo de la calvicie… No hay paso adelante sin fundamento.

Hoy, 29 de octubre, es el Día Mundial de la Psoriasis. Personalmente, me atrae la discreción. No soy de llorar las penas en público, ni en privado. La vida de cada cual ya tiene su afán como para que te la amarguen unas manchas de Kandinsky sobre la piel, así, esparcidas, sin gracia, al tun-tun.

No se quede parado contemplándose a sí mismo. Sea un paciente ejemplar, pero no obsesivo. Sea un ciudadano más. No se esconda. No ha hecho nada malo. Que se escondan los que tengan la conciencia en coma etílico.

Respire. ¿Ve que otoño más impresionante? ¿Ve que familia más estupenda? ¿Ve cuánta gente le quiere? ¿Ve cómo disfruta con su trabajo? ¿Ve qué pedazo de médico le ha regalado la Seguridad Social? ¿Ve cómo mejoran los fármacos? ¿Ve qué buena música, qué buenos libros, qué buen cine, que buenísimo amigos?

¿Ve cuánto futuro?

Las enfermedades crónicas nacen, pero no nos hacen. Usted lo sabe. Y la sociedad, también.

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