En lo que va de año han muerto 1.650 inmigrantes en el Canal de Sicilia. En 2014 fueron 3.500 personas. Y las previsiones son al alza.
Huida, mar, muertes salvajes, esperanzas ahogadas. El Mediterráneo que baña las carnes de Europa en estos días de luz, entierra también las vidas en estos días de sombra. Las injustas olas que van y vienen, que acarician a unos, y sentencian a otros.
Náufragos que saltan por la ventana sin mirar qué hay debajo. En tablas llenas de pobreza, de futuros a corto plazo, de hambre, de tristeza… No es huir hacia delante. Es correr hacia la nada antes que seguir huyendo del presente. Duele. ¿Oyes los gritos?
Mediterráneo. Canción de Serrat. Rincón de postales de verano. Soles. Puestas. Azules de Sorolla. Paseos marítimos. Bodegón recalentado de sombrillas clavadas con nevera y tumbona. Playeros arrejuntados boqueando aire propio. Patatas fritas. Aviones de corcho. Tres paquetes de avellanas, un euro. Gafas de sol. Desfile de modelos. Cremas postizas. Y el frisby. Y las palas. Aquí.
Mediterráneo. Balsa. Tintineo. Música de Hitchcock. Agujero oscuro. Siniestro. Peligro detrás de la lírica. Aletas de miedo. Dientes de desesperación. Ojos felinos, piel de escamas resbaladizas. Botella con mensaje en blanco. SOS. Lágrimas de agua de mar. Cuerpos que flotan. Almas que se hunden. Azul oscuro casi negro. Y el niño. Y la muerte. El árbol genealógico naufraga al completo. Allí.
Así son las diferencias del mapa, y así se las hemos contado. Lo que la cartografía separa, que lo una de verdad la humanidad del hombre. El peor mediterráneo asesino es la indiferencia.
Indiferencia. Arpón a la yugular. Anestesia letal. Aquí. Contra allí.