Esto no es una crítica universal, ni mucho menos.Es una reflexión de salud pública.

Tengo parientes y amigos que son médicos de Familia, y son personas muy capaces, muy preparadas, muy entusiastas, muy cercanas, y unos médicos de primera, aunque el sistema sanitario les tenga, a veces, como personal de segunda.

Pero mi médico de Familia, el que me toca por zona, es una excepción. Yo paso poco por la consulta, pero esas veces inexorables suelo salir pensando lo mismo: «Este tío es una máquina de hacer recetas con forma de hombre».

Sé que el tiempo es un tesoro, especialmente en la agenda de un médico de Familia. Pero en dos minutos también se puede ser una máquina expendedora de recetas…

El médico sale al pasillo. Dice tu nombre. Entras. Hola, y le cuentas, mientras él pone la equis en su estadillo de pacientes del día. Mira fijamente al ordenador. Pregunta alguna cosa pensando más en una historia clínica sin lagunas que en lo que puedas tener en la cabeza. Tómate esto. Pasa por el especialista. Pide cite con la enfermera. O lo que sea. Pim. Pam. Pum. Sólo falta que te estampe un sello en la cara y diga: ¡el siguiente!
Y tú sales de la consulta agradecido, porque no tienes un cáncer mortal ni nada grave. Rápidamente te salta a la cabeza un titular: «La relación médico-paciente está en crisis». Y una ironía: «Este es como para venir a contarle que si hacemos prevención de lo de la próstata»…

Conozco a médicos de Familia que son de matrícula de honor. Humana, y profesionalmente. Lástima que muchos de ellos trabajen en centros de salud a los que tienes que llegar en tren de cercanías…