
Entrevista publica en la Revista Influencers de enero-febrero 2020
La Escuela Diplomática Española lleva 77 años formando a nómadas con patria que van de aquí para allá como influencers discretos de los intereses del país. Fernando Fernández-Arias es ahora el director de esa orquesta precisa que consigue que la música de fondo de España suene con precisión sobre el escenario del mundo, aunque toque siempre detrás del telón. Acaba de cumplir 30 años en el cuerpo diplomático y en su hoja de servicios destaca su especialización en las Naciones Unidas, la huella de su tarea en Nueva York y su impulso a los Derechos Humanos, especialmente de las personas con discapacidad.
En pleno corazón palpitante de Moncloa -universitarios, ciencia y saber- tiene su sede la Escuela Diplomática Española: el cuartel general de nuestro ejército de diplomáticos. Su misión: la preparación y la formación continua de hombres y mujeres con talento que colocan la bandera de España en los rincones más influyentes de la geografía universal. Tiene 77 años, pero esta capital de las relaciones internacionales made in Spain avanza joven y dinámica.
Fernando Fernández-Arias es su director desde hace un año y medio. Acaba de aterrizar, literalmente, de Letonia. Un helicóptero Hércules se ha posado hace solo unas horas en Torrejón de Ardoz y el convoy de la 71 promoción de esta escuela liderado por él ha tocado tierra después de visitar la misión de la OTAN en la que participan tropas españolas.
Justo ayer celebraba el 30 aniversario de su inmersión en este engranaje de élite. Sin jet lag. En estos años ha estado al frente de la Oficina de Derechos Humanos del Ministerio de Asuntos Exteriores, fue consejero en la Misión de España ante Naciones Unidas y también coordinador político de España en el Consejo de Seguridad. Ha estado destinado en las embajadas en Estados Unidos, Finlandia, Israel y Reino Unido. Fue cónsul en Londres. Entre 2008 y 2009 fue director de la Oficina de Relaciones Internacionales del Ministerio de Igualdad y de 2009 a 2010 trabajó en Washington en el Programa Trasatlántico del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Acostumbrado a ir y venir. Preparado para rodar con la vida a cuestas sin perder la más mínima compostura. Tres décadas entre maletas, despachos ilustres, capitostes mundiales, gerifaltes que lo pintan todo, reuniones largas, convenios duros, análisis de situación, mapas políticos y decisiones trascendentales. Cualquiera diría que este caballero impoluto es un nómada. Un nómada con patria.
¿Cómo despertó su interés por la diplomacia?
La carrera diplomática es muy vocacional. En mi caso, la vocación ha ido creciendo. Hice Derecho y estudié idiomas, porque me gustan. Hablo bien inglés y francés -los que se exigen en la oposición-, y me manejo con el chino y el árabe. Claramente, tenía una proyección internacional. Me gustan mucho las Naciones Unidas y, al final, he dedicado más de la mitad de mi carrera a las cuestiones multilaterales de las Naciones Unidas, pero cuando terminé mi formación universitaria no había ningún examen para que los españoles pudiéramos ingresar en la ONU, y entonces vi que existía la opción de ser diplomático, y allá que fui. La vocación de servicio público la he tenido siempre.
Y, desde entonces, tres décadas con la vida a cuestas…
Con una patria clara, pero con la vida a cuestas. Me atrae la excitación de llegar a un sitio nuevo, y me encanta el confort de acabar volviendo a España.
En estos 30 años, ¿a qué gente influyente ha tratado?
En esta profesión se está cerca de mucha gente. He conocido a la reina de Inglaterra y a Boyencé; a Steven Spielberg y a Henry Kissinger. A Bill Gates y a Ted Turner. He estado muy cerca de los reyes de España y de los reyes eméritos, de muchos políticos internacionales, y de muchos compañeros de profesión con un talento formidable.
¿Qué personas de esas esferas le han causado mayor impacto personal?
Una mujer que me impresionó desde que la conocí en mi paso por la ONU es Shirin Ebadi, abogada iraní y activista de los Derechos Humanos, ganadora del Premio Nobel. Otra persona que me dejó huella fue el rey Hussein de Jordania. Mi primer puesto diplomático lo obtuve en Jordania en plena primera guerra del Golfo.
¿Cuáles han sido los momentos más satisfactorios de lo que lleva de carrera?
Los que tienen que ver con la protección de españoles en situación difícil fuera del país, incluso de personas detenidas en el extranjero y que requerían nuestro apoyo, porque también son compatriotas.
¿Cómo se ve España fuera?
En estos 30 años de experiencia he constatado que España es un país muy querido. No tenemos enemigos y somos bien recibidos en todas partes. Se nos ve como un país moderno, pero también tradicional; un país democrático, pero con muchísima historia a cuestas. En general, somos percibidos de manera positiva, y eso es algo que hay que mantener. Tenemos unas marcas nacionales muy buenas y reconocibles, que empiezan en los equipos de fútbol, no nos vamos a engañar, si siguen con la Corona –Felipe VI y Doña Letizia dan una imagen del país muy importante- los reyes eméritos, nuestra comida, nuestros vinos, nuestra cultura… Solo se observa con cierta negatividad la tauromaquia, que se ve como algo ajeno al siglo XXI que debería desparecer.
La monarquía tiene una imagen potente, dice, y los equipos de fútbol, algunos actores y actrices, y cantantes, supongo, y el Museo del Prado, nuestra gastronomía… ¿La política española tiene algún prestigio fuera de aquí?
La política, en general, no tiene prestigio en ningún lugar, con todos mis respetos a quienes la ejercen… A esa lista de cosas positivas añado otra cosa que, quizás, se valora del todo: fuera de España se admira nuestra historia. La evolución de uno de los estados-nación más antiguos del mundo en la forma actual del país se aprecia bastante.
El Gobierno puso en marcha hace tiempo la campaña Marca España. Más allá del marketing internacional más o menos eficiente, por lo que cuenta, la marca España existe, ha cuajado, es positiva… Incluso fuera se valora más de lo que hacemos nosotros desde dentro.
Efectivamente. La imagen que se tiene de España fuera es bastante mejor que la que tenemos los españoles de nuestro propio país. Hay mucha labor que hacer aquí dentro. Después de estas tres décadas de carrera diplomática y 20 años viviendo en el extranjero, he madurado esta sentencia: es difícil encontrar un lugar donde se viva mejor que en España. Cuantos más países conozco, más valoro lo que tenemos. Por muy crispante que sean algunos contextos, por muchas peleas diarias entre unos y otros y esa sensación de que no nos ponemos de acuerdo en nada, la calidad de vida en España es espléndida. No solo somos el primer país en número de trasplantes, somos los primeros en donación de órganos del mundo. La generosidad de los españoles no tiene límites. Cuando hay una catástrofe y el Gobierno ofrece equis euros para paliar sus efectos, los españoles, de modo individual, solemos ofrecer la misma cantidad a través de oenegés y fundaciones varias. Y no somos conscientes de ello.
¿Cómo es nuestro cuerpo diplomático?
Tenemos un servicio diplomático muy bueno. La prueba está en que solemos tener éxito en nuestras negociaciones internacionales, porque somos negociadores natos y así se nos reconoce. Además, seguimos atrayendo mucho talento. Veo ahora a estos 32 hombres y mujeres de entre 26 y 35 años de esta última promoción y me asombro de la preparación, de la seriedad, de la dedicación. Esta gente podría irse al sector privado y ganar mucho más dinero, pero han optado por engancharse a este mundo con una clara intención de servicio público, que es algo que nos identifica a todos los diplomáticos.
¿Qué hace falta para ser diplomático?
Además de ser español, mayor de edad, tener un título universitario y aprobar una oposición, para ser diplomático hacen falta dos cosas: en primer lugar, una vocación de servicio público y la conciencia de servir a tu país. Eso es absolutamente central. Podemos decir que, en eso, nos asemejamos un poco al Ejército. En segundo lugar, se requiere un espíritu de aventura y una curiosidad por el mundo y por las cosas. El afán de querer vivir en otros países, conocer a otra gente, mezclarse en otras sociedades, meterse en culturas diversas, especializarse en regiones del mundo o estudiar otro idioma son aspectos que se incluyen en el perfil de todos los que hemos optado por esta profesión.
¿La carrera diplomática tiene algo de tender puentes y dejar de poner cruces?
Por supuesto. En eso consiste la diplomacia, pero con el elemento internacional que nos distingue. Nuestra primera labor es la proyección de nuestro país hacia afuera. La segunda, proteger a nuestros compatriotas que están en el exterior: los que viven fuera, pero siguen siendo de nacionalidad española, y los que pasan por ahí y necesitan nuestra colaboración. También forma parte de nuestro cometido defender los intereses de España e informar de lo que vemos y oímos al Ministerio de Asuntos Exteriores, que es quien toma después las decisiones en materia de política exterior.
Muchos políticos alertan de la crisis de la Unión Europea. ¿Cómo lee usted el futuro europeo en este escenario del Brexit?
¿Cuál es la región más prospera del mundo? ¡La Unión Europea! ¿Dónde quieren entrar todos loa años cientos de miles de inmigrantes? ¡En la Unión Europea! ¿Por qué? El éxito de Europa es absolutamente innegable. Las dos sombras más inciertas que veo son el envejecimiento de la población -y la inmigración es uno de las grandes herramientas para solucionarlo, no nos engañemos-, y la falta de innovación tecnológica, un terreno en el que, objetivamente, vamos a remolque. Ahora bien, ¿cuáles son los países donde más se respetan los derechos humanos? ¿Cuáles son los países con mayor índice de bienestar social? ¡Los países de la Unión Europea!
¿Qué pasará con el brexit?
El brexit es la gran incógnita, aunque, sinceramente, creo que la incógnita es todavía mayor para el propio Reino Unido. Me duele mucho decir esto, pero, desgraciadamente, no le veo mucha prosperidad a los británicos después del brexit. De todas formas, seguirán con posiciones muy cercanas a las europeas, porque son más las cosas que nos unen.
¿Cómo se crece como persona siendo diplomático?
La carrera diplomática es como la vida: un aprendizaje continuo de tus errores y tus aciertos. Se aprende, sobre todo, lo que no hay que hacer.
¿Qué piensa un diplomático cuando un puesto de embajador se lo dan a un político?
España es uno de los países con menor incidencia de políticos en puestos diplomáticos. Ahora mismo son tres. En Estados Unidos, la mayor parte de los embajadores son políticos y donantes en las campañas electorales del presidente de turno. No digo que después no hagan un buen trabajo, pero… En España, prácticamente todos los políticos con plaza diplomática lo han hecho bien. Un político puede aportar, pero creo que nosotros podemos hacerlo igual de bien. Comprendo las razones por las que todos los gobiernos han decidido adjudicar cargos diplomáticos a personas de su cuerda. No me supone una afrenta. Sí me lo supondría si viéramos que la cifra fuera en aumento. Pienso que en España existe un consenso entre política y ciudadanía por no politizar nuestra diplomacia.

UNA MALETA LLENA DE ‘HOBBIES’
En estas tres décadas de Risk diplomático, Fernando Fernández-Arias ha aprendido a viajar ligero de equipaje, pero con muchas aficiones. Cuando estaba en la Universidad escuchó a un diplomático un consejo que ha seguido a rajatabla: que los que se decidieran a entrar en este mundo debían tener muchos hobbies que traspasaran las fronteras. Más allá de fabricarse sus propias corbatas y pañuelos, el director de la Escuela Diplomática España es un gran lector, un enamorado de la naturaleza, un apasionado de la cocina, un disfrutón de la ópera, y un caballero de gimnasio, caminatas y canchas de baloncesto, y permanece en forma para correr la próxima San Silvestre. Su libro de cabecera es Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino. Sus películas preferidas: Cayo Largo, el clásico de clásico de John Huston, y Alien, “pero que nadie me hable de secuelas, que no las soporto”. La vio en su primer viaje iniciático a Estados Unidos cuando vestía 14 años mientras descubría el mundo en todas sus dimensiones. Fernández-Arias es vegetariano y ya no le gusta viajar. Al destino de sus vacaciones -enclaves naturales perdidos de aquí cerca- se va en tren. Desde la locomotora de su puesto en la diplomacia española mira hacia adelante “sin ambiciones, pero disfrutando mucho del presente”.