
Gregorio Luri (Azagra –Navarra–, 1955) no es mediador matrimonial ni psicólogo de parejas. Por si le ha atraído el titular y buscaba un terapeuta discursivo para sentar en su sala de estar. Pero es un filósofo, pedagogo y ensayista español con alta presencia pública entre columnas de hoy, reflexiones de ayer y libros para siempre que casaría muy bien en un sillón de su casa o en una esquina de bar donde no haya mucho ruido ambiente.
La opinión pública le concede el grado de experto en Educación, porque es licenciado en la materia, porque ha sido maestro de primaria, profesor de bachillerato y docente universitario, y, sobre todo, porque ha pensado mucho en todo lo que él mismo ha vivido en todos los niveles de ese pilar del Estado del Bienestar donde nos enseñan a ser mejores personas entre agujeros negros.
Es un humanista, analista, reflexivo pensador, natural, sencillo, realista, optimista. Veterano en la divulgación de lo positivo, acostumbrado a sortear la tentación de empuñar el martillo de herejes azuzando con la propia ortodoxia y dispuesto a construir algo sólido sobre cimientos que no sean posverdades líquidas diseñadas en el metaverso ideológico.
Es optimista, entre otras cosas, porque casi todos los días, a eso de las 10.30, sale a tomar el sol del Mediterráneo cuando brilla por El Masnou, entre Barcelona y Mataró. Desde una de sus plazas me responde hoy mientras mira al infinito a contraluz, como se intuye en la entonación de sus respuestas. A su vera, un libro. De frente, el horizonte del mar que fluye, pero en modo Demócrito: aspergiendo ilusiones sin atisbos de decepción con la humanidad. Apostrofa él: “Hoy, más que nunca, es urgente proyectar optimismo. Pase lo que pase, que la esperanza sea la última palabra que sale de nuestra boca”.
Canas sabias. Luri es el autor de La mermelada sentimental, La escuela no es un parque de atracciones, Elogio de las familias sensatamente imperfectas, El deber moral de ser inteligente o La imaginación conservadora. Sugerente. Provocador de ideas propias. Un independiente honesto en medio del magma crepitantemente uniforme de los bandos. Un filósofo, un pedagogo, un padre, un abuelo.
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